Me
impresionaron las tranquilas noches veraniegas de las ciudades
provinciales húngaras.
Hungría
tiene clima continental: es muy calurosa en Verano, aunque la
temperatura baja algo por la noche. Los húngaros aprovechan,
entonces, para salir, como en nuestras antiguas ciudades de
provincias. Parejas jóvenes o mayores, grupos de amigos, familias,
pasean o toman algo en las terrazas de bares o restaurantes.
La
noche de Verano en la calle
Vivimos
situaciones parecidas en la plaza mayor de Gyor, trazada con cordón,
cuadrada, barroca, atestada de cafés repletos; o en la de Eger, con
los restaurantes desbordándose hacia el río y donde tocaban los
violinistas; o en Pecs, con la gente paseando por la calle mayor,
delante de un hotel de estilo “sezession”.
Disfrutamos
de una noche muy especial, en el Lago Balaton, frente al que se
celebraba la gran fiesta de Verano. Cantos y bailes folklóricos: sus
ritmos nos recordaban los cuartetos de Haydn; sus disonancias
populares, los cuartetos de Bartok. Chiringuitos al aire libre que
vendían carne asada o queso; bares improvisados, que vendían vino
blanco. Música, alegría, fuegos artificiales …
El
silencio de la noche
Todo
lo anterior no era nada, comparado con el punto final: las
silenciosas noches. Siempre dormíamos con las ventanas abiertas, por
el calor. Desde la calle, casi siempre arbolada, a veces con un
parque, un lago, o un un río cerca, subía el mágico silencio del
Verano; esa mezcla de silencio, serenidad y algún rumor de fondo, tranquilo, casi
imperceptible.
En
los antiguos conventos, hoy paradores, el silencio subía, arropado
por el rumor de los árboles del claustro.
En el Lago Balatón, nos llegaba el silencio, mezclado con rumores de olas y ruidos de final de fiesta, algo de música, risas tranquilas, una conversación acabando en un bar.
En
las montañas del Norte, subía el aire fresco de la noche, oía el
movimiento de los árboles y los tranquilos ruidos del bosque:
grillos, búhos, aleteos.
En Eger, oí el tenue rumor de película
lejana y antigua, en un cine al aire libre.
En
Tisza, nos rodeaba el tranquilo movimiento del lago, de la piscina.
Las ciudades húngaras transmitían, cada noche, una sensación
especial: de alegría, paz, equilibrio; de veranos ya perdidos de mi
juventud en Barcelona, Santander o Lleida.
En
nuestros viajes de Verano, siempre experimento una “noche
especial”, siempre tengo esa misma sensación de plenitud. Quisiera
prolongarlo, aunque sé que no será así: al día siguiente, y todos
los días, la vida seguirá su ruta. Pero siempre conservo esta
sensación, año a año. En Hungría he tenido la suerte de
disfrutarlo cada noche.